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Big Band Leader! (parte I)

07.26.2016
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En artículos anteriores de Talento he expresado abiertamente mi vocación y amor por la música, así que no debería extrañar a ninguno de nuestros lectores habituales que vuelva a utilizarla como metáfora, como un vehículo de exposición de fenómenos humanos, tan profundo como emocionante.

Incluso aquellas personas que dicen no sentir un interés especial por ella tienen una canción favorita, llevan CDs musicales en su coche y tamborilean sin darse cuenta con sus dedos el ritmo pegadizo cuando suena de fondo algún éxito del verano. La música forma parte de nuestras vidas, marca su impronta en cada una de las etapas de nuestra existencia, activa nuestra sensibilidad y es omnipresente. Por eso me resulta tan útil para establecer comparaciones acerca del comportamiento humano, que es lo que se espera en una revista de desarrollo de talento como la que nos ocupa.

Como músico aficionado que soy, tengo perfectamente identificados y clasificados los estilos, intérpretes o colecciones que me gustan, y los selecciono en virtud de lo que esté haciendo o necesite en cada momento. Cuando quiero preparar una oferta, diseñar un programa o redactar un artículo como éste, me pongo los auriculares y escucho a Bach. No sé qué admiro más del buen Juan Sebastián; su exactitud en la forma de componer; la increíble variedad de herramientas que utilizaba, junto a la sensación de que no le falta ni le sobra una sola nota a nada de lo que escribió; tal vez la versatilidad que le permitía componer un aria que suena como una oración íntima, o una fuga orquestal que parece el mismo Dios tronando desde el Cielo… El caso es que Bach me permite concentrarme y dar fondo musical a mis pensamientos sin robar por ello mi atención. Los Conciertos de Brandenburgo y las Variaciones Goldberg -especialmente las grabaciones a piano por Glenn Gould, enorme intérprete, al que se le escucha cantar según va tocando, y del que se sospecha que padecía el síndrome de Asperger- se llevan el premio especial a la insistencia.

Si voy conduciendo mi coche solo, suelo escuchar música muy variada; pero, puestos a escoger, rápidamente tiro de algún grupo de mi infancia, como la Electric Light Orchestra, Supertramp o Abba. Me conectan con recuerdos por lo general amables, y hacen los kilómetros más cortos. Cuando llevo acompañantes normalmente les dejo elegir -bendito Spotify-, así que podemos pasar de Nino Bravo a One Direction, dependiendo de si llevo a mi madre o a mi hija, por ejemplo. Si voy conduciendo mi moto, suelo poner Rythm & Blues, Country o selecciones de los años 50 y 60 -sí, se puede conducir una moto escuchando música, siempre y cuando sea mediante un sistema homologado-.

Pero de entre todos los estilos musicales que me gustan, el que más adoro es el jazz. Y no hablo de todo el jazz, muchas de cuyas ramas y formas de expresión me parece incomprensibles y me aburren, sino de los clásicos. Los grandes, grandes músicos. La época dorada del Be-Bop y, especialmente, del Swing. Esa alquímica combinación entre el ritmo trepidante, las armonías sofisticadas y los solos de vértigo, precisos y frenéticos, todo ello agitado con un asombroso sentido estético, deslumbrante al tiempo que coherente y atractivo para el oído no entrenado. De hecho, muchas de las canciones que se grabaron entonces y aún siguen presentes en nuestro imaginario tienen muchas décadas de vida. No habrían podido resistir y mantener su frescura a través de los años si no fueran especialmente buenas, geniales diría yo. Veremos cuántos de los éxitos actuales perduran el siglo XXI y son escuchados en 2090, por ejemplo…

Hace unos años estaba en mi casa solo, de madrugada, viendo en directo el concierto de cierre de un famoso festival de jazz veraniego. Confieso que no suelo seguir este tipo de eventos, porque, tal y como comenté antes, el jazz moderno me parece muchas veces aburrido por incomprensible. Como el jazz es vanguardista por definición, los músicos muchas veces experimentan con nuevos sonidos, progresiones y combinaciones que no entiendo, aunque admire -y envidie- la soltura con la que el saxofonista hace escalas o el pianista independiza la mano derecha de la izquierda.

Pero en este caso sí tenía mucho interés por ver ese concierto, porque los organizadores del festival habían decidido terminarlo por lo grande: juntando en una big band a las figuras que habían actuado por separado, con sus respectivas formaciones, a lo largo de los días anteriores. Es decir, que figurones como el trompetista Wynton Marsalis, el baterista Phil Collins -sí, el famoso componente del grupo Génesis- y otros musicazos por el estilo iban a formar parte de un súper combo, compartiendo escenario y momento musical… Me esperaban el swing, las improvisaciones geniales, síncopas, metales… Y todo con la calidad del sonido y la imagen actuales… ¡Dios, eso no me lo podía perder…! ¡Seguro que es toda una…

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Ivan Yglesias-Palomar

Ivan Yglesias-Palomar

Director de Desarrollo de Negocio de Atesora Group.

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