Nada será lo mismo en nuestras vidas tras el covid-19, una crisis sanitaria sin precedentes en la historia reciente. Tampoco, por supuesto, en nuestra vida profesional. Y es que si algo ha provocado esta pandemia, además de una crisis en todos los sentidos, ha sido la aceleración en la implementación de nuevos modelos que hace apenas unos años empezaban a dibujarse en el horizonte. Una de las consecuencias inmediatas (e inevitables) es la gestión de todas aquellas tareas desempeñadas por los “White Collar”, es decir, todos aquellos que utilizan un teclado conectado en red para trabajar, muchos de los cuales ya no volverán a sus oficinas físicas.
¿Qué ha supuesto? Un paso en la “evolución darwiniana” del mercado del trabajo: del presencialismo al teletrabajo hasta un estadio superior que debemos aprender a regular como sociedad democrática y gestionar como líderes.
La ley del teletrabajo bajo lupa
Con este avance en el marco común de actuación, se abre un nuevo campo de batalla para las negociaciones de convenio entre patronales y sindicatos. Muchos aspectos estarán marcados por las limitaciones de la nueva ley, sin embargo, otros muchos flecos, serán motivo de debates interminables.
Pero, ¿dónde va a estar la clave de la implantación y la eficacia de esta nueva forma de trabajar? Sin duda alguna en la cultura organizativa que cada entidad sea capaz de desarrollar.
En aquellas empresas en las que el presencialismo (cultura “calienta sillas”) no pase de página quedarán atrapadas en una ley que marca fronteras pero que no clarifica todo. Compañías que ya venían utilizando el teletrabajo quizá se vean lastradas por una sobrerregulación que no necesitan y dificulta su aplicación.
El teletrabajo con fecha de caducidad
Pero vayamos más allá. Mi expectativa, y mi apuesta, es que el teletrabajo será un efímero puente entre la manera tradicional de trabajar y lo que cada vez demanda más el nuevo presente de dichas empresas, una actitud permanente de trabajo y disfrute solapado donde no hay horarios definidos para una ni para otra cosa.
El puesto de trabajo “ha muerto”. Ya no es un sitio al que ir o un horario que cumplir. El puesto de trabajo ahora es una serie de tareas a realizar y unos objetivos que cumplir y da igual cuándo y desde dónde lo hagamos. A eso yo le llamo omnitrabajo. No desconecto del trabajo porque también, de manera intermitente, estoy conectado con el placer y con esas otras tareas ajenas a la empresa que dan sentido a mi vida.
Jorge Salinas. Socio y fundador de Atesora Group y EXEKUTIVE Coaching.