Una vez que aparqué el coche, tomé la decisión de volver andando al semáforo donde estaba el mendigo. Mientras iba caminando hacia allí, separé un billete de 5.000 pesetas (30 € de ahora) del resto, y lo guardé en otro bolsillo. Al llegar al cruce, allí seguía el hombre naturalmente. Avanzando hacia él, le examiné para constatar nuevamente que algo no encajaba, no era un mendigo al uso.
-”Disculpe” -le dije cuando los coches se pusieron en movimiento-. “Antes le he dado unas monedas en mi coche, y no sé lo que me estaba diciendo, no le he dejado terminar.”
Lo cierto es que no sabía cómo iba a reaccionar, si resultaba desafiante lo mismo me daba la vuelta y me volvía a casa sin más miramientos. O a lo mejor merecía la pena oírle.
Él, siempre con la vista gacha, me miró de reojo y me reconoció perfectamente.
-”Bueno, le decía que hoy operan a mi mujer y no tengo dinero para comer en el hospital, y es que me gustaría quedarme a su lado, y…”
Una vez más me sorprendí con este hombre, esta vez por la respuesta que me había dado.
-”¿Que no tiene para comer en el hospital?” -volví a preguntar-. “Pero… ¿qué le ha pasado?”
Por primera vez me miró directamente a los ojos. Y me desconcertó por tercera vez, siendo ésta mucho más desagradable que las anteriores.
Me pidió que mirase a la cicatriz que deformaba horriblemente lo que en otro tiempo fue su ojo derecho, y se abrió el párpado para mostrarme claramente el alcance de su herida. No voy a negar que se me puso el vello de punta sólo con verlo, no quería ni imaginarme el dolor que habría tenido que sufrir al hacerse una lesión así.
Y me contó su historia. Al parecer, este señor había sido dibujante en la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre, de los que hacen los grabados con los que luego se imprimen los billetes, títulos de Bolsa y demás certificados oficiales. Una noche, cuando regresaba a su casa después de su jornada laboral, fue asaltado y golpeado en la calle por unos ladrones que le intimidaron con una navaja, con tan mala fortuna que en uno de los forcejeos el cuchillo le rasgó el ojo.
Ese buen hombre había perdido en el atraco mucho más que el dinero que podía llevar encima, perdió la forma de ganarse la vida. Al carecer de uno de los ojos se pierde la visión de profundidad, y, según me comentó, esa cualidad es imprescindible para realizar dibujos cuyos complicados entramados, arabescos y filigranas tienen precisamente la misión de simular tridimensionalidad para dificultar las falsificaciones.
Luego me contó más cosas, la enfermedad de su mujer, la ruina progresiva, lo dura e ingrata que es la vida… Reconozco que me conmovió de veras, quizás porque me vi más identificado en alguien que hasta hace poco gozaba de un estatus parecido al mío, sin lujos pero acomodado a fin de cuentas. No sé. Saqué el billete y se lo puse en la mano. Para una economía como era la
mía en aquel momento, os aseguro que una limosna de 30 € era un esfuerzo mucho más que significativo, y sin duda él lo percibió así. Porque no daba crédito a lo que estaba pasando, y, tras preguntarme si era una broma, su reacción fue arrodillarse y comenzar a besarme la mano una y otra vez, ante mi estupor y las miradas sorprendidas de los viandantes. Yo, medio avergonzado y medio divertido, le levantaba agarrándole de un codo mientras quitaba mi mano de su boca, diciéndole que gracias, que ya estaba bien, que lo dejara ya. ¡Qué agradecimiento! ¡Qué tranquilidad experimentó con certeza ese hombre durante un par de días! Os aseguro que el regalo que representó aquel billete fue mucho más valioso que el dinero que suponía, y hablo tanto de él como de mí.
Si pensáis que lo que movió mi compasión en aquella ocasión fueron las condiciones particularmente emocionales de un sujeto con una triste historia de alguien venido a menos, debo decir que no creo que fuese así. La auténtica respuesta, y el motivo por el que estoy escribiendo este artículo en una revista como Talento, me la dio un buen amigo unos años más tarde, en otra circunstancia relativamente similar.
Iván Yglesias-Palomar
Director de Desarrollo de Negocio de Atesora Group
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